El director del Centro de Gobierno y Reputación de Universidades, Juan Manuel Mora, pronunció la conferencia titulada «Recuperar la iniciativa para ganar relevancia».
La sesión fue impartida el 4 de mayo de 2023, en la ciudad de Roma, en el marco del congreso Identidad, Escucha y Relevancia organizado por la Pontificia Universidad de la Santa Cruz.
Por su interés reproducimos en su totalidad el contenido de la conferencia.
Muchas gracias a los organizadores por la invitación a participar en este seminario.
Sobre todo, porque me ha dado la oportunidad de saludar de nuevo a tantos amigos, con los que hemos coincidido a lo largo de los 25 años de vida de esta Facultad. Un auténtico placer.
El tema de la sesión es “recuperar la iniciativa para ganar relevancia”. Todo un reto, decir algo relevante sobre la relevancia. Tan difícil como hablar sobre empatía y ser empático.
Mi intervención conecta con las anteriores sesiones plenarias: las del primer día, dedicada a la identidad y a la cultura, y las de ayer, sobre la escucha. Existe un hilo conductor que da unidad al seminario, a la vez que se despliega en una gran variedad de perspectivas.
Y recordamos ahora también que uno de los sponsors del seminario es Relevant Radio. Aprovecho para agradecer su colaboración.
Voy a dividir mi intervención en 4 partes, en las que intentaré responder a 4 preguntas:
- ¿En qué consiste la relevancia?
- ¿En qué medida interesa en la comunicación de la Iglesia?
- ¿Es posible conseguirla en un mundo complejo?
- En caso afirmativo: ¿de qué manera llegar a ser relevante?
Pondré después algún ejemplo y sacaremos conclusiones.
- ¿En qué consiste la relevancia?
Para empezar, el diccionario de la lengua viene en nuestra ayuda: relevante es algo “sobresaliente o destacado”; y también “importante o significativo”.
La primera acepción –“sobresaliente o destacado”-, guarda relación con la palabra “relieve”, raíz del término que estamos analizando. Algo que tiene relieve destaca o sobresale, como la cima de una montaña, o un rascacielos en el skyline de una ciudad. Lo contrario es lo plano, lo anodino, aquello en lo que la mirada no se detiene.
La segunda acepción –“importante o significativo”- se refiere a lo que aporta significado, lo que ayuda a “entender o conocer algo con precisión”, de nuevo con palabras del Diccionario. Si el relieve se refiere al tacto y a la vista, el significado remite a la razón y al corazón, a la demanda de sentido, fundamental para el ser humano.
La relevancia conlleva, por tanto, visibilidad y sentido.
El adjetivo se usa con frecuencia en el mundo académico. Un autor relevante es un autor muy citado, capaz de formular propuestas que otros aceptan, asumen y siguen.
Es habitual también en el ámbito económico. Las empresas cotizadas en bolsa están obligadas a informar a la autoridad competente acerca de los “hechos relevantes”, los que pueden influir, positiva o negativamente, en las decisiones de los accionistas y en el valor de las acciones.
Más allá del contexto académico o económico, al hablar de este intangible muchos piensan en influencia, poder y prestigio. En general, quienes persiguen esos valores no pretenden aportar, sino que cultivan otros fines, no siempre desinteresados.
No está de más recordar que la palabra circula también en forma negativa: la irrelevancia. Lo irrelevante sería aquello que ni siquiera despierta interés o curiosidad.
Desde el punto de vista de la comunicación de las organizaciones, la irrelevancia aparece cuando lo que es significativo para mí no lo es para los demás. Cuando mi propuesta no produce interés ni rechazo, sino tan sólo indiferencia.
No nos toca analizar ahora las causas de la irrelevancia. Baste sólo señalar que puede existir una razón teórica (la incapacidad de responder de modo satisfactorio a preguntas importantes); o práctica (la incapacidad de proponer soluciones eficaces a problemas importantes).
Quizá podemos añadir que la relevancia es a la vez una cualidad y una capacidad.
Es la cualidad intrínseca de una idea, una historia o una conducta de ser reconocida como significativa o valiosa; y es la capacidad de presentar de modo inspirador esa idea, historia o conducta. Porque las ideas pueden ser valiosas; las historias, emocionantes; las conductas, admirables. Pero necesitan de una buena presentación, para que brillen. Ahí encontramos la función y el arte de la comunicación.
Nos detenemos aquí y pasamos a la segunda pregunta.
2.- ¿En qué medida interesa la relevancia en la comunicación de la Iglesia?
Lo primero que viene a la mente es en qué medida no interesa. Me refiero al procedimiento fácil, el atajo, que consiste en seguir el dictado de lo políticamente correcto, dejarse llevar por las corrientes de opinión dominantes, ocultar la propia identidad para evitar las críticas.
Recuerdo que en una de las universidades en las que trabajo recibimos a un profesor de una universidad de la IVY League de Estados Unidos. Después de conocer nuestra universidad, nos dijo: si quieren ustedes escalar en los rankings, olvídense de la identidad cristiana, contraten a los mejores profesores, independientemente de sus creencias, y subirán como la espuma. Le explicamos que teníamos otras ideas sobre la excelencia.
Renunciar la identidad o escamotearla no parece el mejor modo de lograr que la relevancia tenga raíces profundas y perdure en el tiempo. Dicho en positivo, es más interesante fijarse en dos dimensiones de la relevancia, una micro y otra macro, una personal y otra social.
Ante todo, la dimensión personal: la aspiración de la Iglesia consiste en facilitar el encuentro de cada persona con Cristo, de manera que ese encuentro aporte significado y valor a su vida. Esta es la principal misión de cada uno de los católicos, incluidos los que se dedican profesionalmente a la comunicación institucional. Nos lo recodaron los profesores Ippolito y La Porte.
La convicción de la centralidad de la persona nace de la fe. Pero no solo. “Lecciones de la historia” es un libro breve de William y Ariel Durant, publicado en 1968. Estos autores son conocidos sobre todo por su obra magna: once volúmenes sobre la historia de las civilizaciones, que aparecieron entre 1935 y 1975. Uno de ellos ganó el Premio Pulitzer.
En sus “Lecciones” los Durant comparten el jugo de lo que han aprendido en su monumental trabajo. Con la autoridad de su conocimiento afirman lo siguiente: “La única revolución real reside en la iluminación de la mente y la mejora del carácter; la única emancipación real es individual, y los únicos revolucionarios verdaderos son los filósofos y los santos”.
Podemos dejar sentado este punto antes de seguir adelante. La dignidad y la grandeza de cada persona, también en cuanto protagonista de la comunicación. La relevancia como la cualidad y la capacidad de ser significativo y valioso para cada persona. A esto aspira el trabajo de comunicación en el ámbito de la Iglesia. Y me atrevería a decir que el trabajo de comunicación de todas las organizaciones. La actividad de comunicación debería plantearse siempre con ese horizonte personalista.
Pero podemos hablar también de la dimensión social de la relevancia. En este punto, sugiero tomar prestadas unas ideas de san Pablo VI, en las que se refiere a la acción de la Iglesia. Ella pretende: “alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la palabra de Dios y con el designio de salvación” (Evangelii Nuntiandi, n. 19).
Me parece una ambiciosa y clara definición de la dimensión social de la relevancia. Con palabras de Benedicto XVI, podríamos decir más brevemente que la Iglesia desea:“comunicar el Evangelio para que las verdades cristianas sean luz en las nuevas transformaciones sociales» (Catequesis Año de la fe, 17.11.2012).
Es algo que ha ocurrido ya en el pasado. El mismo Benedicto lo ha hecho notar, al referirse a las enseñanzas del Señor que recoge Mateo: “Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis” (Mt 25, 35). Comenta Benedicto: “¿Quién no conoce esta página? Forma parte de nuestra civilización. Ha marcado la historia de los pueblos de cultura cristiana: la jerarquía de valores, las instituciones, las múltiples obras benéficas y sociales” (Homilía en la fiesta del Corpus Christi, 2008)[1].
En resumen: la Iglesia aspira a ser significativa para cada persona que se acerca a ella; y aspira también a ser luz y fuente de inspiración de transformaciones sociales positivas, orientadas al bien común. La comunicación ha de prestar su ayuda profesional para lograr los dos objetivos.
Ha ocurrido en el pasado, pero ¿es posible que suceda en el presente y siga sucediendo en el futuro? ¿No parece más bien que vamos justo en la dirección contraria, que ya no quedan pueblos de cultura cristiana? Esta es nuestra tercera pregunta.
3.- ¿Es posible ser relevante en un mundo complejo?
Pienso que no hace falta reunir referencias y citas para afirmar que vivimos en una sociedad compleja, relativista, desorientada, no pocas veces injusta y violenta. El profesor La Porte nos lo recordó con la metáfora del terremoto.
Muchos analistas opinan que vivimos en una sociedad post cristiana, en la que con frecuencia no son cristianos lo que Pablo VI llama criterios de juicio y modelos de vida.
Estos términos expresan algunas características del mundo que habitamos: una de sus caras. Pero veamos la otra cara de la moneda, esta vez con palabras de san Juan Pablo II: “Si se mira superficialmente a nuestro mundo, impresionan no pocos hechos negativos que pueden llevar al pesimismo. Mas éste es un sentimiento injustificado (…) En efecto, existe un progresivo acercamiento de los pueblos a los ideales y a los valores evangélicos, que la Iglesia se esfuerza en favorecer: el rechazo de la violencia y de la guerra; el respeto de la persona humana y de sus derechos; el deseo de libertad, de justicia y de fraternidad; la tendencia a superar los racismos y nacionalismos; el afianzamiento de la dignidad y la valoración de la mujer” (Redemptoris Missio, n. 86).[2]
Por un lado, la sociedad se aleja de Dios y como consecuencia se deteriora; por otro, algunos ideales humanos y evangélicos se extienden y se generalizan. Una situación contradictoria que caracteriza nuestro tiempo. Aunque es posible que, en realidad, las contradicciones formen parte de la misma naturaleza humana y sean una constante de la historia. No nos deberían sorprender.
Vemos las incoherencias en el plano personal. Lo dice Sándor Marai. “Son muy pocas las personas cuyas palabras concuerdan con su existencia. Cuando eso sucede, se produce una de las maravillas más raras de la vida” (El último encuentro 146). Rara maravilla. Resulta que lo sorprendente es la coherencia.
Vemos esas contradicciones también en el plano social: algunos historiadores recuerdan que en los casi 3.500 años de historia de los que existen registros, no llegan a 300 los años en los que los seres humanos no hemos provocado alguna guerra. Como si la paz fuera solo un paréntesis en una situación permanente de violencia.
En suma, se puede describir con razón la situación de nuestro entorno con los rasgos que lo convierten en problemático para la comunicación de la Iglesia (secularizado, relativista, inhumano, un conjunto de edificios en ruinas).
Pero cabe también definirlo de otra manera, pensando en sus necesidades: nuestro mundo se muestra dividido, polarizado, enfermo, inseguro, desorientado. En esa situación, muchas personas sienten con fuerza la nostalgia de los ideales humanos y evangélicos: justicia, libertad, vida, dignidad, misericordia.
Ante la pregunta de si es posible ser relevante en este mundo complejo, una primera reflexión sería: en gran parte depende de la forma de mirar.
Pienso que es más fácil ser relevante si se mira a las necesidades de la sociedad con deseos de aportar valor y significado; si se escucha la voz de las personas que sufren los problemas y se descubren sus demandas de sentido.
Una colega y amiga, que ha dedicado la vida a practicar la solidaridad y a irradiar alegría decía que “tenemos que ponernos las gafas de ver necesidades”. O tomando prestada otra palabra clave de este seminario: ponerse los auriculares de escuchar necesidades.
Este principio no se aplica solo a las instituciones de la Iglesia. Todas las organizaciones, si desean ser relevantes, deben llevar gafas de ver necesidades. No pueden limitarse a mirar al entorno como un mercado favorable o desfavorable para su producto, sino como una ciudad que se construye entre todos.
Un experto en liderazgo señala: “nadie aprende solo mirándose al espejo. Todos aprendemos -y a veces somos transformados- cuando nos encontramos con perspectivas diferentes que desafían nuestras premisas y nuestra experiencia”. Por esa razón, añade, «el liderazgo tiene que empezar por escuchar y aprender, averiguar dónde está la gente, ponderar lo mejor de lo que ya saben, valoran y hacen, y construir a partir de ahí” (Heifetz, Leadership on the line).
Dicho con otras palabras: si una organización desea que su propuesta sea significativa para la sociedad en la que vive, tiene que reconocer como significativas para ella las necesidades de esa sociedad.
La primera reflexión se refiere a la forma de mirar. Digamos algo sobre la forma de actuar. Y conectamos con el título de la sesión: para que una organización sea relevante tiene que “llevar la iniciativa”.
La experiencia de la comunicación institucional confirma la importancia de ser proactivo, no reactivo; positivo, no negativo; práctico, no teórico; constante, no efímero.
Esto significa promover proyectos que aporten, que ayuden a resolver las necesidades de la comunidad; orientar en esa dirección la agenda y la estrategia, sobre las que pueda apoyarse el plan de comunicación.
Desde la perspectiva del liderazgo, un autor explica que «las soluciones se alcanzan cuando las ‘personas que tienen un problema’ se convierten en ‘personas que tienen una solución’. Los problemas tienen que ser interiorizados, asumidos como propios y, en última instancia, resueltos por las partes implicadas para lograr un progreso duradero» (Heifetz, Leadership on the line).
Pienso que la idea de “llevar la iniciativa”, promover acciones que aporten valor social, conecta con un concepto muy presente en la sociología actual: la “generatividad”, la capacidad de generar, de dar vida a transformaciones sociales positivas que perduren.
El deseo de generatividad previene a las organizaciones del peligro de convertirse en burocracias: en su acepción más peyorativa, la burocracia que trabaja para sí misma y complica la vida a los ciudadanos, es casi un antónimo de relevancia.
Volviendo a la comunicación de la Iglesia, permítanme recordar las palabras de un padre de la Iglesia, en el contexto de la parábola del trigo y la cizaña. La cizaña es el mal que crece en el mundo. No es posible negar que prolifera. ¿Qué actitud tomar ante ella? ¿Ignorarla, aceptarla, combatirla? Responde nuestro autor que no es posible arrancar la cizaña: «pues sería como desencadenar una guerra sin cuartel sobre la tierra entera».
No se trata de desencadenar una guerra contra el mal. Para ser relevante hay que dedicarse a sembrar trigo. Esto no quiere decir que se deja de reconocer el bien como bien y el mal como mal. Quiere decir “ahogar el mal en abundancia de bien”, con expresión de san Josemaría. Crear cultura.
Al clausurar el Concilio Vaticano II, san Pablo VI afirmó que la Iglesia “se presenta al mundo, no para dominarlo, sino para servirle” (Discurso 7.12.1965). La Iglesia servidora. No monarca, ni juez, ni policía. No asoma aquí el deseo de poder, sino justo lo contrario.[3]
En resumen, para ser relevante hay que ponerse las gafas de ver necesidades, escuchar y sentirse interpelados por ellas; y es conveniente además enfocarse en la contribución, plantearse: ¿qué valor aporta mi organización, ¿qué hace para ayudar a resolver las preguntas y los problemas del entorno?
Pasamos ahora a la siguiente pregunta: ¿cómo llevar la iniciativa?, ¿cómo sembrar trigo?
4.- ¿De qué manera se puede llegar a ser relevante?
Para este momento, y siguiendo el hilo que une las propuestas de todos los papas desde el Concilio, acudimos a unas palabras de Francisco: «Nuestra credibilidad como cristianos depende del modo en que acogemos a los marginados que están heridos en el cuerpo y a los pecadores que están heridos en el alma. No en las ideas, allí.» (Vía Crucis de la JMJ, 29.VII.2016).
Credibilidad, un intangible del todo necesario en la tarea de comunicar. Y base sólida de la relevancia. De la que también se ha hablado en estos días.
Llegados a este punto me van a permitir que cambie de registro y que les proponga un caso práctico. Con ayuda de la información recogida por Chiara De Marchi, vamos a recordar el trabajo de Cáritas Italia, el organismo pastoral de la Conferencia Episcopal italiana para la promoción de la caridad, creado en 1971 por voluntad de Pablo VI.
Cáritas Italia centra su atención en los más vulnerables, los pobres y los excluidos. Se compromete a promover la caridad a través de acciones concretas: organizar y coordinar intervenciones de emergencia; realizar estudios para descubrir las causas de los problemas; promover el voluntariado y educar en la paz, el diálogo y la cultura de la acogida.
Me gustaría subrayar la triple dimensión de su misión: combinar la acción social directa con la reflexión y la sensibilización.
Para llevar a cabo su labor, Cáritas Italia está en conexión con las 220 Cáritas diocesanas que ofrecen herramientas pastorales, incluidos los Centros de Escucha, las Cáritas parroquiales y los Centros de Acogida.
El objetivo último de Cáritas es llegar a un punto en el que ya no haya necesidad de Cáritas «para que la caridad a través de las obras y la presencia de Cáritas en las comunidades italianas se convierta en parte integrante de las propias comunidades».
De nuevo, subrayemos la naturaleza de este propósito (que Cáritas no sea necesaria porque su misión sea compartida por todos), tan alejado de las lógicas comunes de la fama y el poder.
Con ocasión del Día Internacional de la Erradicación de la Pobreza, Cáritas Italia publica desde hace más de 20 años un informe sobre la pobreza y la exclusión social titulado «El eslabón más débil».
El último, publicado el 17 de octubre de 2022, analiza las estadísticas oficiales sobre pobreza y los datos procedentes de casi 2.800 Centros de Escucha de Cáritas en todo el país. El documento ofrece una fotografía de los diferentes tipos de pobreza que han surgido y se han agravado por los efectos de la pandemia y las repercusiones de la guerra en Ucrania.
Gracias al estudio de Cáritas sabemos que en Italia hay casi dos millones de hogares en situación de pobreza, equivalentes a cinco millones y medio de personas, alrededor del 10% de la población italiana. Conocemos también la geografía de la pobreza, que afecta más al sur que al norte. Los niveles de pobreza son inversamente proporcionales a la edad: afecta a casi el 15% de los menores de edad, y a algo más del 5% de los mayores de 65 años. Los jóvenes conocen varios tipos de precariedad: desde la llamada pobreza hereditaria, que se transmite de padres a hijos, hasta la pobreza educativa.
Cáritas presenta el informe con la credibilidad que le proporcionan sus actividades. En un año, desplegó más de un millón y medio de acciones: distribución de alimentos, hospitalidad, acompañamiento. Más de la mitad de las personas atendidas son inmigrantes. Los centros de escucha son lugares privilegiados para tejer relaciones con los pobres; son el corazón palpitante del trabajo de Cáritas, que hace de la escucha el centro de la relación de ayuda. En el año 2021 más de doscientas veinte mil personas fueron acogidas en estos centros.
Pero lo importante del informe no es la actividad de Cáritas. Lo importante es que cada año, el estudio se encarga de dar a conocer la realidad de la pobreza en Italia, la evolución positiva o negativa, la urgencia de tomar medidas eficaces. De este modo, se ha convertido en punto de referencia para la sociedad italiana.
El informe aporta datos, y se preocupa de excavar en las causas que generan situaciones de pobreza: falta de acceso a la vivienda y a la educación, fracturas familiares, emigración y desempleo. Además, examina la eficacia de las medidas adoptadas y señala recomendaciones sobre posibles remedios. De este modo marca una ruta para las administraciones públicas, las empresas, el tercer sector y toda la ciudadanía.
En la elaboración del documento participan expertos de diferentes sensibilidades. Personas que comparten su preocupación por la pobreza y desean hacer algo para aliviarla. El resultado se difunde entre los operadores del sector y en la opinión pública en general. Sirve para llamar la atención sobre la pobreza y para movilizar a muchas personas.
La continuidad del informe, año tras año, es un punto fundamental para mantener la presión, por así decir, y prevenir la indiferencia y el olvido.
Decíamos que llevar la iniciativa tiene que ver con la “generatividad”. Ahora podemos añadir que tiene que ver con la “reflexividad”: la capacidad de reflexionar sobre la acción, de extraer y compartir conclusiones. De este modo, el aprendizaje se puede comunicar.
Quizá podríamos objetar que el trabajo de Cáritas representa solo una gota en el océano. Que ella sola no puede resolver el problema de la pobreza en Italia. Pero pienso que la relevancia no es cuestión de cantidad sino de calidad. Es como una semilla, un rayo de luz o la esencia de un perfume.
Hasta aquí el caso de Cáritas. Veamos algunas lecciones que podemos extraer.
Conclusiones
Cáritas comunica ante todo con sus acciones de servicio. En su actividad prioriza a cada persona y reconoce su dignidad. Realiza su trabajo sin pretensiones publicitarias. No busca el reconocimiento. Además de hacer, estudia, analiza, reflexiona. Logra de este modo conocer más a fondo y entender cómo funciona la realidad que aspira a mejorar. Gracias a la credibilidad que le prestan sus acciones, comparte ese conocimiento con otros y de ese modo ayuda a que la sociedad se auto-conozca mejor y se sienta movida a la solidaridad. No se pone ella misma bajo los focos, sino que dirige la atención al bien común. Los informes que aporta son significativos para católicos y no católicos. Sirven para informar, sensibilizar y colaborar con muchas personas. Con todo esto expresa la naturaleza de la misión de la Iglesia.
En estas características se encuentra, en mi opinión, el secreto de la relevancia. Tanto en el plano personal como en el plano social, que afecta a los criterios de juicio, los valores determinantes, las fuentes de inspiración, los modelos de vida.
Mediante la acción estamos en condiciones de resolver problemas y aportar soluciones. Mediante la reflexión, nos preparamos para contestar preguntas y elaborar respuestas.
A la idea de reflexionar se refiere, con una metáfora eficaz, el experto en liderazgo que ya hemos citado: «Pocas ideas prácticas son más obvias o más críticas que la necesidad de obtener perspectiva en medio de la acción. Llamamos a esta habilidad ‘salir de la pista de baile e ir al balcón’, una imagen que consiste en dar un paso atrás en medio de la acción y preguntarse: «¿Qué está pasando aquí realmente? Cuando observas desde el balcón debes verte a ti mismo y a los demás participantes. Quizá sea ésta la tarea más difícil de todas: verte a ti mismo objetivamente» (Heifetz, Leadership on the line).
El reto de las organizaciones es descubrir las necesidades de su entorno, entender los retos. Recurrimos de nuevo a los Durant. Ellos consideran que: “Cuando un grupo o una civilización declinan, no es por la limitación de una vida corporativa, sino por el fracaso de sus líderes políticos o intelectuales a la hora de enfrentarse a los desafíos del cambio”. Enfrentarse a los desafíos presupone detectarlos e interpretarlos bien. En la sesión sobre inteligencia contextual nos dejaron muy clara esta idea.
Ahora podemos dibujar la hoja de ruta de la relevancia en la comunicación de la fe y de la comunicación en general. La podríamos sintetizar en 6 puntos.
- Escuchar. Aprender a escuchar las necesidades y a las personas que hay detrás de los problemas. Afrontamos el reto de la arquitectura de la escucha con las claves del profesor McNamara.
- Crear. Sembrar trigo, crear cultura, generar, no seguir la agenda de otros, ni perder el tiempo y la alegría con quejas y lamentos.
- Contribuir. Ganar credibilidad trabajando en los elementos principales del bien común, procurando aportar.
- Colaborar. Trabajar en red en la búsqueda de las soluciones con todos los que comparten las mismas aspiraciones. Las relaciones más sólidas son las que surgen de los proyectos comunes, compartidos.
- Reflexionar. No contentarse con hacer, sino animarse a reflexionar, conocer, entender, también de modo colaborativo. Generar conocimiento, sabiduría. Ser luz, nos decía el profesor Ippolito. Que se pueda decir de nuestras instituciones aquello que decía una librera de Nueva York, orgullosa de su establecimiento: los sabios pescan aquí.
- Comunicar los resultados de la reflexión, sensibilizar y movilizar. Convertir la comunicación no en la parte final de un proceso, sino en la actitud que acompaña a todo lo que hacemos.
Todo esto se puede hacer desde mil instancias y de mil maneras. No siempre hay que ser protagonista, como Cáritas; se puede simplemente formar parte de lo que otros hacen. No solo se logra mediante acciones directamente religiosas, sirve todo lo que supone crear cultura. No solo se realiza a través del servicio de la caridad; se puede trabajar en el ámbito de la vida, la paz, la familia, la reconciliación, la educación, los jóvenes, la verdad, la ciencia, la libertad, la política, la justicia, la comunicación. De hecho, es lo que hacéis los que estáis aquí. Podríais explicarlo mucho mejor que yo.
El bien común es infinito, la doctrina social de la Iglesia inagotable y las necesidades nunca faltan.
Entre todos los ámbitos mencionados, me gustaría destacar uno, que me parece fundamental en la comunicación de la Iglesia: el de la belleza. Me sirvo de unas palabras de la homilía que Benedicto XVI pronunció en la Sagrada Familia de Barcelona:
“La belleza es la gran necesidad del hombre; es la raíz de la que brotan el tronco de nuestra paz y los frutos de nuestra esperanza. La belleza es también reveladora de Dios porque, como Él, la obra bella es pura gratuidad, invita a la libertad y arranca del egoísmo. Ésa es la gran tarea, mostrar a todos que Dios es Dios de paz y no de violencia, de libertad y no de coacción, de concordia y no de discordia. Estamos presentando ante el mundo a Dios que es amigo de los hombres e invitando a los hombres a ser amigos de Dios” (7 de noviembre de 2010).
La belleza es la gran necesidad del hombre, dice Benedicto. Tenemos que ponernos las gafas para ver esa necesidad. Pienso que en Roma entendemos más fácilmente la verdad de este argumento. El valor espiritual de una creación material. El valor comunicativo de una fotografía, una canción, una película. Quizá podemos atrevernos a decir que un gesto de bondad es una obra de arte; y una obra de arte es un acto de caridad.
La Piedad de Miguel Ángel es un monumento a la comunicación de la fe. Aporta valor y sentido, como la Sagrada Familia de Gaudí, o como Cáritas. O como The Chosen.
Todos estos ejemplos son también una metáfora de lo que puede llegar a ser el trabajo de comunicación de cada uno de nosotros. Una pequeña obra de arte hermosa y elocuente. Quizá así logremos, entre todos, ensanchar un poco los “paréntesis de paz”. En mi opinión, esa es en realidad la relevancia a la que aspiramos.
Muchas gracias.
[1] Esas palabras han marcado de modo decisivo la vida de los cristianos. El Papa Francisco no pierde ocasión para recordar a los católicos que este pasaje de Mateo 25 es “el protocolo por el que seremos juzgados, y también el marco de todo el “servicio evangélico”, expresión de verdadera identidad” (Homilía en la conmemoración de los difuntos, 2019).
[2] Las palabras citadas de san Juan Pablo II recuerdan otras de san Juan XXIII, pronunciadas en el acto de inauguración del Concilio Vaticano II: «A menudo nos llegan ciertas voces que no dejan de herir nuestros oídos (…) Estas personas, en efecto, no son capaces de ver, en la situación actual de la sociedad humana, sino desgracias y desastres. Andan diciendo que nuestra época, comparada con las anteriores, es mucho peor. Se comportan como si no hubiera nada que aprender de la historia, que es maestra de la vida. Se imaginan que en la época de los anteriores Concilios todo marchaba bien: la doctrina cristiana, la moral, la legítima libertad de la Iglesia. Nosotros creemos que de ninguna manera se puede estar de acuerdo con esos profetas de desgracias, que siempre anuncian lo peor, como si estuviéramos ante el fin del mundo.» (Discurso 11.10.1962)
[3] Puede ser útil recordar aquí las palabras de San Jerónimo. “Desde que la iglesia tiene emperadores cristianos, ciertamente ha crecido en potencia y riqueza, pero ha disminuido su fuerza moral”.